miércoles, 10 de octubre de 2012

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OWEN EL MALDITO; PARTE 1- LA HUÍDA

El dolor era muy intenso. Mis pies, lacerados por las ramas y piedras del suelo del bosque, me quemaban. La sangre me manaba de los numerosos cortes que las ramas y la maleza habían abierto en mi torso y brazos. Corría sin rumbo, asustado. Ya ni recuerdo cuando empecé a huir. De eso hace demasiado tiempo.

Me desprendí de los andrajos de mi camisa, que habían quedado enganchados en la rama de un abeto y seguí corriendo. El día era sombrío, hacía mucho frío y el cielo amenazaba tormenta. Podía oír sobre el palpitar de la sangre en mis oídos el ladrido de los perros y los gritos de los hombres que me cazaban. Si…Me estaban dando caza como a un animal. Podía ver el resplandor de sus antorchas en la húmeda penumbra del frondoso bosque.

Un tronco caído y cubierto de musgo se interpuso en mi camino; intenté salvar el obstáculo de un salto, pero tropecé y caí desmadejado al otro lado, con tan mala fortuna que resbalé a través de una pendiente de barro que me llevó hasta un recodo de aguas estancadas. Allí tirado, sumergido en el pestilente barro acuoso,  pensaba en todo lo que me había llevado hasta allí. Miranda…

El cercano ladrido de los mastines de los cazadores me sacó de mi momentáneo ensimismamiento, devolviéndome de nuevo a un mundo de frío, humedad y dolor. Salí arrastrándome del barrizal e intenté incorporarme, pero me fue inútil. En la caída me había lastimado la pierna derecha, se había acabado el correr. Sin un lugar mejor en el que esconderme y sin posibilidades de salir corriendo, volví a deslizarme dentro del repugnante charco y me escondí bajo el repecho del terreno que había creado la erosión. Me quedé allí, muy quieto, aguantando la respiración por miedo a que mis perseguidores me descubriesen. Entonces le vi…de nuevo.

Cleitus Sabren, cazador de brujas de la inquisición, un bastardo salido de las más profundas simas del abismo que decía obrar en nombre de Dios y de la Iglesia. Aquél hombre de sonrisa cruel y ojos de muerte andaba tras de mí desde hacía tres años. Parecía que al final había dado conmigo. Y esta vez iba a atraparme.

Estaba de pie, justo sobre mi posición, pero un poco más a la derecha, de forma que podía verle a través de la maleza y el barro en el que me ocultaba. Iba ataviado con un largo gabán de cuero curtido y un sombrero de ala ancha que le tapaba el rostro, solo dejando entrever la llama de su pipa de madera y el brillo de esta en sus diabólicos ojos. Llevaba una espada larga de empuñadura de oro colgada a un costado y dos pistolas de plata cruzaban su abdomen. Mi corazón latía rápidamente, su sonido llenaba mis oídos y me hacía temer que, de alguna forma sobrenatural,  Cleitus pudiese oírlo también. Para mi aquél hombre era la viva imagen de la muerte.

Cleitus observó detenidamente el entorno, husmeando como un perro en busca de un  hueso. De pronto, hizo una señal a sus hombres y estos le siguieron pendiente abajo, perdiéndose de mi vista. Dejé escapar el aire contenido en mis pulmones con gran alivio. Salí silenciosamente de mi escondrijo y me arrastré entre el follaje y los hierbajos, justo en dirección contraria a la que había tomado Cleitus. Quería alejarme de él tanto como me fuera posible. Repté a través del sotobosque un trecho, hasta que estuve seguro de que los ladridos y las voces se alejaban hacia el este. Entonces me recliné sobre un enorme fresno y me inspeccioné la herida de la pierna. Parecía que no estaba rota, pero dolía como mil demonios. Aterido de frío, busqué algo que llevarme a la boca. Lo primero que encontré fue una seta que crecía a la sombra del enorme árbol. La arranqué del suelo y me la llevé ávidamente a la boca, engullendo los mordiscos sin apenas masticarlos. Mientras gozaba del superfluo placer de la primera comida en tres días de huída a través de los bosques de Garlad un gruñido líquido me dejó helado. Intenté reaccionar, pero ya era demasiado tarde, el gigantesco mastín se lanzó sobre mi,   una mole de 60 kilos de músculo y mandíbulas.

Grité por el dolor, el maldito animal me estaba destrozando el brazo. Rodamos por el suelo, forcejeando; él intentando alcanzarme el cuello, yo sosteniendo su cabeza lo más alejada posible de mi cara. Podía oler su aliento pestilente mientras su espesa saliva corría entre los dientes y caía sobre mi rostro. Entonces empecé a sentirlo de nuevo...El Cambio.

Mis pupilas se empequeñecieron hasta convertirse en dos rendijas verticales de oscuridad, mientras que el iris, antes verde, ahora llameaba en tonos dorados. Sentí como la bestia rugía dentro de mi – “¡¡¡mátalos antes de que ellos te maten!!!” . Mis miembros se estiraban y los huesos y tendones chasqueaban. El perro seguía apretando mi antebrazo mientras mi masa muscular iba aumentando de tamaño y mi piel se poblaba de un espeso pelaje negro…

El mastín no tuvo tiempo de soltar su presa. Le arranqué de mi brazo y lo destripé con un golpe seco de mis manos, unas manos que ya no eran manos, sino garras asesinas. Me giré justo para ver como uno de los hombres de Cleitus alzaba un mosquete y disparaba contra mí. El tiro dio a parar contra el tronco del abedul,  explotando en multitud de astillas. Mis ojos, aquellos ojos que ya no eran humanos, se clavaron en los del hombre que me había disparado. Vi el miedo en sus ojos, ese miedo que me acompañaba desde hacía tres años. El miedo de la presa.

Me lancé sobre el desdichado mientras alzaba la pistola que llevaba al cinto. Me sentía muy aturdido, no podía moverme con precisión. El impacto resonó en el bosque, lanzando mi cuerpo un par de metros  hacia atrás. El hombre empezó a gritar, llamando la atención del resto de los batidores que andaban tras mi rastro.

Me levanté.

Me sentía extraño, era como si no fuese yo mismo. Dentro de mi había otra cosa. Por dios misericordioso, odiaba esa sensación, esa que venía de adentro. Esa que quería salir y destrozar, arrasar…Matar. Maldigo cien veces al malnacido que me hizo esto. Pero ya no había remedio, la bestia se había liberado. Mi cuerpo ya había manifestado el horror que albergaba mi alma. El hombre se había ido, era el momento del Lobo. Era hora de cazar.

Todos mis recuerdos de esos momentos están sumidos en una neblina roja de sangre, disparos, golpes y muerte. Mucha muerte. Solo la bestia recuerda con detalle lo que ocurrió ese anochecer en el que los bosques se tiñeron con sangre y los gritos resonaron entre los antiguos árboles.

El traqueteo de la carreta me despertó al día siguiente. Me encontraba tumbado sobre la paja en el interior de una jaula de hierro. Volvía a ser yo mismo. Cleitus cabalgaba sobre su corcel negro junto a la carreta. Avanzábamos por una avenida empedrada de alguna ciudad cuyo nombre y ubicación me eran enteramente desconocidas, atestada de gente. La multitud me miraba con repugnancia, con miedo; algunos me escupían y lanzaban objetos contra mi jaula mientras gritaban “monstruo”. Los guardias por supuesto, no hacían nada para evitar el escarnio. Cleitus me miró con sus ojos de muerte.
  • Bien Owen, al fin has despertado, hijo de Satanás.- dijo. – Tres años te he seguido la pista. Tres años te he buscado por pueblos y aldeas de todo este maldito país. Pero creías que ibas a huir de mi. JA. La Inquisición jamás ceja en su empeño por purgar a las bestias del infierno como tú.

Me incorporé un poco más. El hombre tenía ojeras y había perdido peso desde la última vez que le vi, pero seguía siendo una figura terrible.

  • Bastardo – grazné, me dolía muchísimo la garganta. Solía pasarme tras un episodio como el de anoche. – Tú, hijo de mala madre, has asesinado a hombres y mujeres solo porque te lo han ordenado.
  • Tu ayer mataste a quince de mis hombres antes de que pudiésemos apresarte. Eres una bestia, un animal y vas a morir en la pira. Las llamas purificaran tu cuerpo y tu alma por fin será liberada al infierno del que no debería haber salido.

¡¡Pero ese no era yo!! Deseaba gritar con todas mis fuerzas. Pero no serviría de nada. Ya me habían juzgado. Y la condena sería lenta y cruel: arder hasta la muerte. Esa es la voluntad de Dios.

Cierro los ojos y me pierdo entre los recuerdos. Miranda…

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