-
¡¡Vamos, vamos, quiero un perímetro de doscientos metros alrededor del puesto de mando!! ¡¡Y
lo quiero para ayer!!- vociferaba el sargento Greiss desde la terraza del bajo
edificio prefabricado.
Garlan ya estaba más que harto de todo aquello. Su pelotón
había desembarcado a última hora de la tarde en la costa de Khorda, la isla más
grande del archipiélago, junto al puesto de observación 42. Los habían enviado
allí para saber por qué demonios no habían informado en los últimos dos días.
Ya habían revisado el pequeño asentamiento y no habían encontrado ni rastro de
la dotación del enlace del satélite. Siete hombres habían desaparecido sin
dejar rastro; solía pasar, a veces aprovechaban la ocasión para desertar.
Pobres infelices, ¿dónde creían que iban a ir?
A pesar de las discrepancias
con el sargento Greiss, el mando más veterano del pelotón, el Teniente Dougson
había ordenado asegurar el puesto de observación y colocar el equipo de
comunicaciones de largo alcance. Vaya mierda, pensó Garlan, otra noche a la
intemperie bajo esta lluvia pegajosa y repugnante.
Los motoristas de
avanzada acababan de llegar de explorar
los alrededores de la estación e informaron al sargento Greiss de que no habían
encontrado nada anormal. Sus tres motocicletas estaban sucias del pestilente
barro que lo cubría todo en aquél archipiélago dejado de la mano de Dios. Garlan
se sentó sobre unas cajas de equipamiento médico echado a perder por la
corrosión bajo aquella molesta lluvia.
Allí todo se corroía, pensaba – joder, juraría que hasta el
metal de mi arma se está oxidando ante mis ojos- gruñó para sí.
Miró en derredor y vio como algunos de sus compañeros
seguían las órdenes del sargento y colocaban sensores de movimiento iluminados
por los focos halógenos de la estación de satélite. No sabía para qué mierda
estaban tomándose tantas molestias, después de todo, el enemigo hacía meses que
se había retirado del archipiélago, lo habían echado a patadas. Aunque claro,
supuso que una estación de enlace dejara de transmitir podía inquietar a
algunos peces gordos, sobre todo si su dotación desaparecía misteriosamente. En
opinión de Garlan, eso importaba un carajo.
El sargento Greiss estaba preocupado. Acababa de recibir un
informe del cabo Kaplan en el que se comunicaba que la segunda escuadra había
encontrado el bote salvavidas de la dotación hecho pedazos en una pequeña cala
al este de allí. No había cadáveres. Aquello era muy extraño. La noche lo
engullía todo, los focos de la estación iluminaban el espacio desbrozado
alrededor del edificio con un resplandor blanco, en cierto modo tranquilizador.
Pero Greiss no estaba tranquilo, algo no andaba bien y no sabía exactamente lo
que era.
El teniente Dougson salió del edificio con expresión de
complacencia en el rostro. A Greiss no le gustaba ese tipo, le parecía un
niñato creído recién salido de la academia. No tenía ni puta idea de ejecutar
una operación como aquella, por eso Greiss se encargaba de que los hombres
cumpliesen con sus obligaciones.
-
Sargento, ¿todo en orden?
-
Sí señor, ya se han establecido los turnos y hemos
rodeado el edificio de sensores térmicos y de movimiento. Nada puede acercarse
a nosotros sin que lo sepamos. – dijo Greiss. La sonrisa del teniente daba a
entender que todo aquello había sido iniciativa suya como oficial al mando, no
del sargento de tropa que pateaba los culos de los chavales. Le sacaba de
quicio.
-
¿Y la patrulla del cabo Kaplan?
-
Perdimos el contacto hace veinte minutos cuando
iniciaban el retorno a base, debe
ser la tormenta. Demasiada carga estática, supongo.- Greiss se aclaró la
garganta, tenía la boca pastosa. - Con todos los respetos, señor, no debería haberlos enviado por ahí en plena
noche con este tiempo.
El teniente le miró con gesto contrariado. Encima el
estúpido se ofendía cuando se le destacaban sus propios errores. Vaya
gilipoyas, pensó Greiss
-
Bien, sargento, si está tan seguro de que ha sido un
error enviar a 5 desvalidos soldados de asalto a recorrer este pequeño
jardincito de noche bajo la lluvia, puede seleccionar una escuadra e ir a
buscarles usted mismo.
-
¿Es una orden, señor?
-
Es una orden, sargento. Ya puede retirarse.
Greiss entró en el pequeño cobertizo donde la dotación de la
estación guardaba un desvencijado todo terreno. Se había convertido en un
barracón improvisado, una docena de soldados habían extendido sus petates en el
suelo de cemento y mataban el tiempo jugando a las cartas a la luz de una
linterna de gas. Sus fusiles automáticos Steg Mark13 de aleación ligera
descansaban apoyados en la pared. Junto a un armario de herramientas, cubiertos
por una lona de plástico transparente, se apilaban visores de amplificación de
imagen, balizas GPS portátiles y equipos de comunicación de medio alcance. Un
par de soldados le saludaron mientras se sacudía el agua del chubasquero.
-
A ver, Garlan, Keffers, Niman y McEndrik, preparad el
equipo, vamos a dar un paseo.- dijo el sargento
-
¿Como sargento? ¿es que no ve la que está cayendo?- protestó
Keffers, un hombre grande y feo, pero muy bueno en las marchas nocturnas.
-
Levanta el culo y cállate. Eso va por los demás. Os
espero en el límite del perímetro este. Cinco minutos. ¡Moved el culo!
Dos horas después, Garlan y la escuadra del sargento Greiss
estaban arrastrándose por la pendiente de un terraplén enfangado. El avance era penoso y la visibilidad muy
escasa a causa de la insistente llovizna. Ni siquiera podían hacer uso de los
sofisticados visores de amplificación de imagen, los continuos relámpagos los
hacían totalmente inservibles. Estaba
empapado, hambriento y cansado. Era en aquellos momentos en los que se
preguntaba por qué coño se había alistado.
Según el GPS, perdieron el contacto con el cabo Kaplan en
aquella zona. Mientras Garlan, cubierto de barro hasta las pantorrillas,
intentaba no resbalar en el traicionero terreno con su equipo de comunicaciones
a cuestas, el sargento dio el alto. McEndrick había encontrado algo. El blip de
la baliza de posición de la escuadra de Kaplan llegaba con claridad al Terminal
portátil GPS del sargento. Los cinco rodearon la pendiente y llegaron a un
arroyo temporal creado por las precipitaciones. El terreno había cedido,
formando una pequeña quebrada encharcada, un agujero rebosante de barro y agua
estancada. Algo sobresalía del enorme charco. Cuando Keffers se metió en aquél
barrizal y le dio la vuelta al bulto, Garlan se quedó helado. Era el cabo
Kaplan…o lo que quedaba de él.
El cadáver estaba destrozado en su parte frontal, había
recibido el impacto de algo que lo había literalmente carcomido, provocando
heridas traumáticas y dejando al descubierto grandes parches de hueso corroído
y tejido cauterizado en el pecho y los brazos, dejando expuesto el contenido
destrozado de su caja torácica. Los órganos internos no eran más que un amasijo
de carne perforada. A Greiss le recordó a los efectos de un disparo de
escopeta. Conocía todas las submuniciones contenidas en los cartuchos de las
escopetas de asalto; fósforo, bolas de metal, incendiarias, de impacto sólido,
de racimo…pero nunca había visto algo como aquello. La cara de Kaplan había
desaparecido por completo, incluso el cráneo se había fragmentado, tan solo
partes de la mandíbula quedaban aún obscenamente soldadas a la base del cuello,
como si se agarrasen desesperadamente al sitio donde les correspondería estar. Era
como si le hubiesen lanzado un millar de agujas afiladas con un lanzacohetes.
Si no lo mató el impacto, lo hizo la extraña sustancia verdeazulada que incluso
ahora iba devorando poco a poco sus restos. Ni el casco de Kevlar ni la coraza
de Carbotex habían ofrecido protección contra aquel impacto múltiple y la
posterior corrosión. Sólo la placa de identificación que llevaba prendida del
uniforme, fabricada en acero plástico, daba fe de que era Kaplan.
Niman vomitó las raciones que se había comido hacía un par
de horas. El sargento avanzó impertérrito y se metió en el agua. Observó el
cadáver con detenimiento, perplejo ante lo que estaba viendo. Aquella sustancia
extraña seguía devorando los tejidos poco a poco. Era como si le hubiesen
echado ácido clorhídrico por encima, pensó.
-
¿Qué habrá causado unas heridas como estas? – preguntó.
Keffers le miró consternado, aunque ni siquiera algo como
aquello le haría perder el sentido del humor.
-
A mi no me lo pregunte, sargento, yo solo trabajo aquí
Estaban a tan solo 5 kilómetros del
puesto de observación, debían comunicar con ellos de inmediato y volver lo
antes posible.
-
Garlan, dame línea con el teniente. Dile que hemos
encontrado al cabo Kaplan, que alerte a los hombres, aquí está pasando algo muy
malo.
Garlan descolgó su equipo de radio y empezó a manipular los
diales. Escuchó durante un tiempo y finalmente levantó la cabeza y miró a
Greiss.
-
Nada, sargento, no hay forma, esta maldita tormenta
solo me da interferencias.
De pronto, sobre el traqueteo de la lluvia cayendo sobre la
exuberante vegetación, pudieron captar un lejano zumbido agudo. A Garlan se le
puso la carne de gallina.
-
¡Joder, eso es el sistema de alarma de los sensores del
perímetro!- dijo mirando en dirección al puesto de mando.
-
¡¿Pero qué está pasando aquí, sargento, qué cojones
está pasando?! – Niman aún no se había repuesto de la impresión. Intentó
arrastrarse pendiente arriba para coger su Steg Mark que yacía entre la
empapada vegetación. No dejaba de balbucear. El sargento se adelantó en dos
zancadas y derribó a Niman, manteniéndole firmemente aprisionado contra el
suelo.
-
Cálmate, majadero. – su cara estaba a unos escasos
cinco centímetros de la der aterrorizado soldado- Vamos a actuar como
profesionales, no como un grupito de escolares asustados.- Se levantó y le
devolvió el arma a Niman - Venga, volvamos al campamento. Y…estad alerta.
Aquello era una carnicería. Los habían matado a todos. Se
desplegaron por la zona en cuanto llegaron, desactivaron el infernal zumbido de
las alarmas y registraron el puesto de enlace. Garlan acababa de informar al
sargento de que el teniente estaba hecho pedazos en la segunda planta del
edificio. El barracón improvisado era un matadero, lo que fuera que los había
matado lo había hecho tan rápido que apenas si habían tenido tiempo de disparar
sus armas. Los cadáveres presentaban horribles traumas causados por la misma
arma que había matado a Kaplan. Algunos de ellos presentaban heridas
diferentes, más características del ataque de un animal salvaje. Los centinelas
habían desaparecido sin dejar ni rastro. La muerte campaba a sus anchas en el
puesto 42. En el interior de los edificios flotaba un extraño aroma entre el
hedor de la sangre y el sudor, algo que le recordaba a Garlan los almendros en flor que crecían cerca de
la casa de sus padres. ¿De donde había salido aquél olor tan familiar, pero tan
fuera de lugar en aquella isla subtropical?
Garlan estaba aterrorizado, al igual que los otros miembros
de la escuadra. Niman estaba aún peor, ya había empezado a hablar solo. Estress
post traumático, un mal asunto. El sargento sacó una jeringa hipodérmica de su botiquín y le inyectó una dosis de
calmante suave. Los necesitaba a todos alerta. Greiss los reunió a todos en la
entrada del edificio del enlace.
-
Bien, esto es una locura, hemos sido atacados por un
enemigo desconocido que ha burlado nuestras defensas y ha acabado con 30
hombres armados, todos profesionales.- el sargento se limpió la cara con el
dorso de la mano y suspiró - Vamos a
largarnos de aquí cagando leches, no sé qué coño de infierno mora por esta
isla, pero no quiero quedarme a averiguarlo.
Todos dieron la conformidad. Nadie quería quedarse allí por
más tiempo. Descendieron la pendiente que los llevaría al embarcadero, donde
habían amarrado las dos cañoneras que les habían llevado hasta allí. Antes de
irse, justo cuando el motor de 1200 caballos empezó a zumbar como un avispero enfurecido, Greiss cayó en la cuenta de qué
era lo que andaba mal en aquella isla. El silencio. No había visto ni un animal
en las 8 horas que llevaban allí. Subió a la cañonera y se alejaron de la isla
a toda velocidad, azotada la embarcación por un duro oleaje y un manto de
lluvia perpetua.
Unos ojos que no eran humanos observaron mientras los
desconocidos se alejaban. El baile de cálidas figuras rojas terminó cuando se
subieron al artefacto mecánico y se alejaron mar adentro. La cosa retrajo la corona de púas que rodeaba su cuello y
siguió devorando el cadáver del último soldado que había matado. Los
movimientos peristálticos hacían que se removiese espasmódicamente, mientras
arrancaba grandes trozos de carne con sus mandíbulas retráctiles y los
predigería mediante una sustancia verdeazulada que supuraba de sus púas. Esperaba
que los supervivientes advirtiesen a los suyos del peligro de visitar Khorda.
Aquella era su isla, lo había sido durante mucho tiempo y no estaba dispuesta a
que nadie la hoyase. Nadie, ni siquiera aquellos monos armados que según sabía, se habían extendido
por todo el planeta. ¿Cómo lo sabía?, la criatura no tenía ni idea, pero sí
había sentido que devorando a una presa, podía aprender cosas nuevas. Siempre
había sido así. Si volvían a su territorio, iban a conocer su ira. Los mataría
a todos. A todos.
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