Espero que al menos os entretenga!
Los que Moran tras el Tiempo
Algunas cosas, al igual que ciertas personas, delatan a primera vista
su predilección por lo maligno.-
Algernon
Blacwood
A veces
ocurren cosas que más vale no recordar. Son cosas que inconcebibles que jamás
pensamos que puedan llegar a ocurrir, pero ocurren. Estas revelaciones son tan
terribles que ofuscan los sentidos, bloquean nuestra mente y echan abajo todos
los esquemas que durante la vida va trazando el individual pensamiento humano.
Nuestros razonamientos pierden consistencia y se hunden en los insondables
abismos de la sin razón. A este estado lo llamamos invariablemente locura.
Dicen que es una enfermedad, pero yo no lo creo así, tan solo es ascender la
oscura escalera del pensamiento y comprender, comprender lo que de otra forma
no sería posible. Pero lo más terrible es que una vez comprendidas estas
revelaciones, una vez ascendido el séptimo escalón de ónice, ya no hay
escapatoria, solo horror. Este es el significado de la condenación, una
condenación de la que espero que la muerte será capaz de librarme.
Mi nombre
es Arthur Peters y lo que voy a narrar a continuación, aunque no lo crean,
ocurrió. Y si existe un Dios, quiera que la muerte me haga olvidar, pues estoy
dispuesto a acabar con mi vida esta misma noche, antes de que venga a buscarme.
He vivido aterrorizado las últimas dos noches y ya no puedo soportarlo más. los
ruidos, los susurros y aquellos ladridos…¡oh aquellos ladridos!…pero para
comprender esto es preciso que ustedes sepan lo que ocurrió aquella noche de
invierno, tan fría, tan lejana y tan cercana al mismo tiempo.
Me queda
poco tiempo antes de que anochezca y el cielo augura tormenta, así que
procederé a dejar constancia de los terribles sucesos acaecidos aquella
horrible noche, en la que vi algo que jamás debí haber visto.
Todo
comenzó cuando decidí investigar la extraña desaparición de mi primo, Allan
Derby. Mi primo era un bohemio poseía una gran casa heredada de su padre, mi
difunto tío Stewart, que lograba mantener gracias a la venta de los derechos de
sus prolíficas obras literarias. Era un gran coleccionista de antigüedades,
afición que adquirió de mi tío en sus años de adolescencia. Entre sus
posesiones más valiosas podían encontrarse desde fabulosas esculturas de gran
detalle y antigüedad hasta olvidados textos escritos sobre hojas de quebradizo
pergamino.
Según lo
que averigüé de la policía, mi primo Allan desapareció la noche del 17 de
enero, entre las ocho y media y las doce de la noche en su prosaica casa de la
calle Peabody de Arkham, una ciudad cercana a Boston, a orillas del ancestral
río Miskatonic, cuna de extrañas leyendas. Según fuentes policiales, nadie
entró en su casa entre esas horas y la última persona que le vio antes de su
desaparición fue su abogado, Dexter Robinson. Así que al día siguiente, tras el
almuerzo, decidí hacerle una visita al señor Robinson para comprobar que sabía
acerca de tan extraña e inquietante desaparición.
Era un día
tormentoso. Partí de Boston en mi destartalado Ford a las 10 de la mañana. Las nubes
se arremolinaban y chocaban peligrosamente aullando su rabia mientras mi coche
avanzaba trabajosamente por la carretera, camino de la antigua ciudad de
Arkham.
Llegué a la Ciudad Universitaria
una hora después e inmediatamente me dirigí hacia el bufete del señor Robinson.
Arkham era tan sugerente como mi primo decía en uno de sus poemas, “la
legendaria ciudad de tejados puntiagudos y buhardillas oscuras”. Aparentemente Arkham era una ciudad tranquila
en la que no solían ocurrir los incidentes propios de las grandes urbes. Pero a
medida que uno se iba moviendo por sus calles y plazas, sentía como si algo le
estuviera observando, o esperando, no puedo asegurarlo. Cada vez estaba más
convencido de que la “legendaria ciudad de tejados puntiagudos y buhardillas
oscuras” escondía secretos terribles que mejor era no desvelar.
Tras mi
paseo turístico por las históricas calles de Arkham, llegué finalmente hasta mi
destino. El bufete del señor Robinson se encontraba en un pequeño y blanco
edificio bastante moderno, construido en uno de los mejores barrios de la
ciudad. así que sin mas dilación golpee el picaporte de la puerta y esta se
abrió, franqueandome el paso al interior del edificio. Me encontraba en el hall
y allí una amable señorita me indicó donde se encontraba el despacho de
Robinson. Así que ascendí las escaleras y me dirigí al departamento 3B, donde
Robinson debía encontrarse a aquellas horas. Al llegar frente a la puerta, la
golpee ligeramente. Una voz madura y pulida surgió del interior invitándome a
pasar.
El despacho
de Robinson era espacioso y elegante sus paredes estaban repletas de cuadros y
librerías, sobre todo librerías, quedé maravillado ante aquella enorme cantidad
de libros. Inmediatamente procedí a estrechar la mano del señor Robinson. El
letradoera un hombre de mediana edad, de pelo gris y mullida barba. Por su
porte, revelaba un alto grado de educación. Tras estrechar mi mano y
presentarse, me preguntó mi nombre y el motivo de mi visita. Le respondí que me
llamaba Arthur Peters y que venía a hacerle unas preguntas acerca de mi primo,
Allan Derby. Él aceptó a responder a mis preguntas sin reserva alguna, como
buen caballero que era, así que le pregunté acerca de lo ocurrido aquella noche
mientras él se encontraba con Allan en su casa. Robinson se recostó en su
asiento e inició su relato:
- Bien
señor Peters, la verdad, no hay mucho que contar. Llegué a su casa entre las
seis y las seis y cuarto de la tarde para ultimar los detalles de un negocio
que el señor Derby se traía entre manos hacía varios meses.
- ¿Que
clase de negocio?- pregunté con gran interés.
- Se
trataba de la compra de unos valiosos artículos - respondió desinteresadamente
- ¿Que
clase de artículos?
-
Antigüedades, señor Peters - respondió Robinson, y haciendo tamborilear sus
dedos en el escritorio añadió - Usted ya debía conocer la afición de su primo
por las antigüedades, así que no debería sorprenderle.
- No, claro
que no. prosiga por favor - le urgí, impaciente.
- De
acuerdo, como iba diciendo, acudí allí para estar presente en el pago y firmar
los documentos pertinentes - hizo una pausa - ¿sabe?, se trataba de un envío
muy caro. Un objeto enviado desde Egipto, muy antiguo y valioso…
- Y era…-
interrumpí, expectante.
- …un
espejo, señor Peters - respondió
- ¿Un espejo?
- Sí, un
espejo enorme. No llegué a verlo fuera de su embalaje, pero lo había visto en
fotografías - hizo una mueca de desagrado - la verdad, a mí me pareció
sumamente desagradable.
- ¿Posee
dicha fotografía o algo que me sea útil para localizar ese espejo?
- No, pero,
no me diga que piensa entrar en la casa sin una autorización - no era una
pregunta, era una afirmación.
- Mire
señor Robinson, deseo tanto como usted esclarecer la desaparición del señor
Derby, así que no puedo confiar en que los investigadores del departamento de
policía de Arkham la esclarezcan. Debo entrar en la casa y examinar ese espejo
y las notas de mi primo por mí mismo. Creo que de alguna forma está relacionado
con esta extraña desaparición.
- Bien
señor Peters, no me opondré a ello. Entonces, ¿cree que el espejo tiene algo
que ver con todo esto? - preguntó desconcertado.
- No estoy
seguro, pero es una posibilidad. Mi primo descubrió algo, y alguien no quiere
que ese algo salga a la luz.
- ¿Pero
quién podría…?
- Eso es lo
que debemos averiguar.
Tras
despedirme del señor Robinson, prometiéndome este que me cubriría las espaldas
ante una posible interrupción de mi investigación por parte de la policía,
decidí abandonar el edificio y buscar un lugar donde tomar algo antes de proseguir
con mi labor, ya que la conversación con Robinson se había prolongado hasta
pasar la hora de comer.
Como no
tenía prisa, decidí ir dasndo un paseo hacia el restaurante Crawford, que por
referencias de mi primo, sabía que era el mejor de toda la ciudad. Mientras
caminaba, bajo el oscurecido cielo, por una angosta y estrecha calle hacia el
restaurante Crawford, en la calle Armitage, intenté organizar los datos que
tenía acerca de tan extraño misterio.
¿Quién
podría estar interesado en aquel espejo? ¿contrabandistas, fanáticos
religiosos?. Sabía que había gente capaz de cometer verdaderas locuras por su
fe, pero si de eso se trataba, ¿por qué no se llevaron el maldito espejo?. No
podía entenderlo. También cabía la posibilidad de que la llegada del espejo a
manos de mi primo no fuese más que una coincidencia, y este no tuviese nada que
ver con su desaparición, en cuyo caso me encontraría en un callejón sin salida.
Estaba totalmente confuso, así que decidí olvidarme del tema, esperando que las
notas de mi primo iluminaran las tinieblas que envolvían este misterio.
Tras saciar
mi hambre con la espléndida comida que me fue servida, partí hacia la casa de
Allan, con la impresión de que encontraría lo que estaba buscando. Caminé a
través de oscuras callejuelas y olvidadas plazas, hasta llegar a la casa de mi
primo, en la calle Peabody, la antigua residencia Derby.
La enorme
casa, construida en el año 1782 por mi bisabuelo, Randolph Peters, se
encontraba un tanto descuidada hecho que yo atribuía a la afición de mi primo
por las antigüedades, la cuál no es precisamente una afición barata. Como no
poseía llave alguna, decidí entrar por el jardín, así que salté la vieja tanca
de madera que rodeaba el patio trasero. Una vez en el interior del patio, me
hice con un adoquín que formaba parte de un pequeño montón de escombros y lo
lancé contras el cristal de la puerta. Éste se hizo trizas, permitiéndome abrir
la puerta que daba a la cocina. Crucé el umbral de la puerta y me vi inmerso en
una opresiva atmósfera, ya que la casa había estado cerrada varios días.
Todas las
contraventanas estaban cerradas, sumiendo el interior de la casa en la
oscuridad, así que decidí dejarlas como estaban para no despertar sospechas
entre los vecinos, usando una lámpara de queroseno que se encontraba sobre la
mesa para procurarme luz. Registré la planta baja, buscando el enigmático
espejo, cosa que me llevó su tiempo, aunque no encontré ni rastro de éste.
Viendo que en esta parte de la casa mi búsqueda había resultado infructuosa,
pasé a revisar la planta superior. La segunda planta estaba repleta de
habitaciones y pasillos entrelazados, cosa que dificultó mi búsqueda, ya que
debí revisarlas una a una hasta dar con el espejo. No lo encontré en la sala de
exposición, donde supuse que estaría, sino en su propio dormitorio, colocado en
un rincón. El espejo, que tendría unos siete pies de altura, se encontraba
cubierto por una sábana blanca al lado de una cómoda donde mi primo tenía
expuesta una colección de estilográficas y material de escritura de gran valor.
Decidí no
pasar inmediatamente a examinar el espejo, cubierto por aquella enigmática
sábana blanca e investigar entre los papeles de Allan hasta dar con algún
indicio plausible. Me percaté inmediatamente de que uno de los cajones de la cómoda
se encontraba entreabierto, así que me acerqué lo suficiente para vislumbrar lo
que había en su interior. En aquel cajón había un libro, cuyas deterioradas
tapas de piel extraña sugerían una gran antigüedad. Cogí el libro y lo coloqué
cuidadosamente sobre la cómoda. El libro no tenía título visible en su tapa,
así que coloqué la lámpara a mi lado y lo abrí por la primera página. En esta
página figuraba un pequeño párrafo a modo de introducción, escrito a mano en un
tosco inglés que rezaba lo siguiente:
“Y no siendo más que una guía para informar al lector del contenido real,
refleja los aspectos más importantes y describe los horrores y las maravillas
que son parte de este santuario del saber que es Gharne”
No
comprendía nada. ¿Qué significaba todo ello?, ¿qué pretendía decir con el contenido real?, ¿y ese desconocido santuario del saber llamado Gharne?, ¿y Gharne?. Ese nombre debía significar algo, pero dicha significación
escapaba a mi entendimiento, debido a que yo no podía aspirar a conocer el significado
de tal palabra, debido principalmente a mis escasos conocimientos sobre lenguas
antiguas. Porque el sonido de aquella palabra se me antojaba increíblemente
arcaico. Así que, intrigado, tomé la resolución de pasar la página y descubrir
los misterios que encerraba tan siniestro volumen. Lo que leí en aquella
siguiente página no era más que el título del volumen: Fragmentos de Gharne. A partir de este título, pude deducir que el
libro que tenía entre mis manos formaba parte de una posible obra más extensa
llamada Gharne, aunque los indicios sobre ello hasta el momento eran escasos.
Varias
horas enfrascado en la lectura de aquel volumen no hicieron más que aumentar mi
confusión. A lo largo del libro se hacían múltiples alusiones a extraños seres
ultraterrenos, lugares desconocidos y arcaicos y multitud de nombres extraños y
malsonantes, como Cthulhu, el Gran
Primordial, Nyarlathotep o Hastur, aquél cuyo nombre no debe ser
pronunciado. Todas estas alusiones terribles me dejaron un tanto traspuesto
y aturdido, aunque pronto me recuperé de tal sensación de desasosiego. El
extraño libro no reveló nada acerca del espejo. Lo único que me llamó la
atención con respecto al presente caso fueron los nombres de dos supuestos
volúmenes que probablemente me ayudarían: El llamado Necronomicón y otro con un
nombre aún más extraño, los Manuscritos Pnakóticos.
Debía
encontrar dichos volúmenes, pero antes tenía que verlo. Mi curiosidad
insaciable me impulsaba a descubrir el espejo y observarlo en toda su
magnificencia. Pero en el momento en el que cerraba el volumen, una hoja de
papel cuidadosamente plegada cayó al suelo, a mis pies. Por lo visto la hoja
cayó del libro cuando yo lo levanté. La desplegué e intrigado procedí a abordar
la lectura de las frases que habían sido rápidamente garabateadas:
Arkham, 17 de enero de 1926
Querido Arthur:
Esta nota va dirigida expresamente a ti, nadie más debe saber lo que aquí
te voy a revelar. Bien, se que en el momento en que tengas constancia de mi
desaparición intentarás encontrarme por tus propios medios. Se que intentarás
desvelar el misterio, pero si estás leyendo estas líneas, he de decirte que ya
lo has hecho. Arthur, me voy y no pienso volver. He buscado años enteros
buscando la inspiración definitiva. Todas las antigüedades que he coleccionado,
todas las obras que he escrito, todos mis poemas, nada de ello era suficiente
para saciar mi ansia. Nada podía hacerme escapar de este mundo monótono,
carente de expresividad. Pero ahora, el espejo me ha proporcionado la manera de
escapar de esta prisión. Mis años de estudio me han permitido utilizarlo. No
solo puedo ver, sino que además puedo viajar a través del tiempo y el espacio.
Es maravilloso. No me busques más, todo será en vano. Solo te pido una cosa, un
último favor. No destapes el espejo, es extremadamente peligroso. Gracias a mis
conocimientos pude neutralizar la influencia de Ellos mientras cruzaba el umbral, pero dudo que esta influencia
perdure para cuando tú leas estas palabras. No debes mirarlo, debes destruirlo.
No debes permitir que Los que Moran tras el Tiempo traspasen la puerta. Por
favor, hazme caso, ¡debes destruirlo!. Si quieres saber más sobre el espejo,
dirígete a la universidad del Miskatonic. Allí poseen una copia del tremendo
volumen arcano de los muertos, el horrible tratado conocido como Necronomicón.
Lo encontrarás en la sección de metafísica, su autor el Olaus Wormius, así que
no creo que tengas problemas para localizarlo.
No
me falles; atentamente Allan Derby
¿Qué
diablos significaba todo aquello?, ¡que se había ido! ¿pero dónde?. Me levanté
de la silla visiblemente alterado, dispuesto a arrancar aquella maldita sábana
y contemplar aquel dichoso espejo sobre el cuál tantas cosas extrañas e
inquietantes había leído. Agarré la sábana con la resolución de descubrir el
objeto de mi furia, pero casi instantáneamente quedé paralizado. ¿Y si todo
aquello era real?, ¿y si aquellos que Moran tras el Tiempo fueran reales?, ¿y
si efectivamente uno de ellos consiguiese cruzar el umbral?. Inmediatamente
solté la sábana y me senté sobre la cama. Me sentía ridículo, no,
verdaderamente idiota actuando de aquella forma tan poco racional, tan impropia
de mi. ¿De qué tenía miedo?. No estaba seguro, pero debía averiguar más cosas
sobre el espejo antes de descubrirlo. No se porqué, ni como, pero a pesar de
que sabía que mi primo tenía una gran imaginación, se entreveía algo de la
verdad en aquel relato y eso me ponía nervioso. Fijé mi vista en el reloj de
pared y viendo lo avanzado de la hora, decidí acostarme y descansar, para poder
comenzar por la mañana, con renovado aplomo.
Durante la
noche terribles pesadillas me asaltaron. Seres oscuros, amorfos, caminando tras
un velo negro. Criaturas horribles, cazadores que me perseguían a través de
escenarios oníricos, emitiendo gruñidos capaces de dejar helado de pavor al más
valeroso hombre.
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